habituales

Y se fueron conociendo el cuerpo milímetro a milímetro siendo consientes de haberlo visto pero no haberlo pensado. Cómo las manos se unían con el calor de un cuerpo bajo el otro sin entender muy bien que es eso del amor.

Examinando cada resquicio de ellos mismos desde los ojos del cariño de sin pensar que pasará mañana, ni si alguno de los dos cambiaría de parecer.

La luz que entraba por la pequeña ventana caía sobre las siluetas que se cubrían la una a la otra dejandose querer.

Y así, pasaron las horas sin darse cuenta del tiempo ni de la prisa, ni de la responsabilidad.

Cambiando la percepción y sintiendo que dentro de sus pechos latía el corazón por primera vez.

Usar brazos ajenos como almohada, caricias en el vientre de madrugada, miradas de complicidad mientras se poseen mutuamente. Sin miedo al vértigo y a los abismos del día que nace.

Llegó el lunes, volvieron a vestir sus uniformes de trabajo, sus trajes grises de chaqueta que les hacen ajenos al mundo y pertenecientes a la masa uniforme que lleva el ritmo común en la ciudades. Y volvieron a coíncidir en el ascensor, en la máquina de café, en el pasillo en el momento que ella le entregó los documentos que ese día había que encuadernar.

Se miraron a los ojos, no vieron lo que habían visto dos días antes, bajaron la mirada y volvieron a su rutina de coincidencias habituales.