Tamara de Lempicka

miércoles, octubre 15, 2008

olvida os recuerdos


Siempre le habían catalogado con el apelativo de vividor, y de hecho así fue. Recorrió medio mundo sabiendo solo 4 frases en inglés, pero con la labia suficiente para camelarse al más pintado y conseguir sus objetivos.
En uno de esos viajes, conoció a Muriel, una chica joven que trabajaba de camarera en un bar de Ginebra. Nunca pensó que un viaje de negocios a una ciudad aparentemente aburrida iba a hacer que conociera a una muchacha joven, de tez blanca y apariencia frágil, con las manos menudas y duras que tenía fuego en la mirada.. Parecía que esas manos habían trabajado mucho. Se miró las suyas, suaves, y vió la alianza de casado en su mano derecha, brillando inquisidora. Recordó a su mujer, a sus dos hijos y que el mayor de ellos ese día había empezado el colegio.
Se quitó el anillo y lo guardó en el bolsillo de la chaqueta, junto a la llave de la habitación del hotel.
Encendieron las luces del bar. Iban a cerrar. Apuró su vaso y salió, sin saber muy bien cual era la dirección del hotel ya que sus compañeros hacia rato que se habían marchado.
Cuando buscó en el bolsillo la tarjeta de la habitación para mirar la dirección, el anillo salió con ella , despedido hacia una alcantarilla en esa misma calle. Aunque se lanzó al suelo a por él, no llegó a tiempo. Inevitablemente se coló.
Entre las copas y el cabreo no puedo evitar sentarse en la acera y despotricar en un idioma que la chica que salía por la puerta del bar no entendió.
-Are you ok? Preguntó ella.
Cuando se giró y vio a la camarera con cara de preocupación, no pudo evitar echarse las manos a la cara. Ella se acercó y le puso la mano sobre el hombro. Él puso la suya sobre la de ella.
El idioma no fue un impedimento.
A la mañana siguiente ella se despertó abrazada a él en una habitación de hotel inundada de luz, en un décimo piso. Le dio un beso y se marchó mientras él miraba como salía de la habitación.
Solo le quedaba una noche en Ginebra y sabía que tenía que volver a verla. volvió al bar a buscarla pero no la encontró. Preguntó por ella , pero nadie sabía quien era esa chica.
Al día siguiente, volvió a su casa, con su mujer, con sus hijos, les dió un beso y se metió en la cama. Frío, distante, sin alianza.
Abrió la mesilla y sacó un anillo de una cajita llena de ellos, se la puso en el dedo, y se durmió.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

En la vida te pasan cosas que una vez han pasado, no puedes hacer como si no hubieran pasado... Una vez las conoces, sabes que existen......... y eso a veces puede ser peor que no haberlas vivido.......

Unknown dijo...

Uf... en el fondo resulta triste saber que, historias como ésta, suceden día a día...

Churra dijo...

¿Una cajita llena de anillos?
Hombre precavido. Se conoce perfectamente .
Un beso

Patry dijo...

Madre mia! Me has dejado muerta! Recuerdame que no me case nunca con nadie que guarde una caja secreta en un cajon de la mesilla....
Un beso chata!

Joseph Cartaphilus dijo...

Cojonudo Blanche.

Dichosas mujeres de manos duras. Jodidos hombres de duro corazón.

Zebedeo dijo...

Mmmm ¿no sería joyero por casualidad?

Siempre me han gustado tus historias tienes un don para escribirlas. Así que como decía la canción "sigue, sigue"

Kim Basinguer dijo...

Me sorprendió el final. Muy bueno.