Tamara de Lempicka

lunes, enero 15, 2007

Desde arriba

Una vez más abrió el armario en cuanto su madre cerró la puerta de casa. Antes se aseguró que hubiera subido al coche y arrancado el motor, subida encima de la cama y procedió a la operación.

Los pomos de las puertas cada día estaban más a su altura pero aún le costaba tirar de ellos para abrirlas.

Una vez que estas estaban de par en par y le permitieron observar todo el contenido, tiró cuidadosamente de la bolita que abría uno de los cajones y sacó unos preciosos guantes de piel verdes. Le daba miedo casi hasta mirarlos, y los dejó sobre la cama. Procedió a sacar la caja que había al fondo. La que contenía los zapatos de piel más bonitos que había visto nunca y que, obviamente, era pecado incluso tocar. Los puso en el suelo y corrió a empujar la silla que le llevaría a lo mas alto, hasta la caja de los sombreros.

Eligió un sombrero, cogió un pintalabios e intentó no salirse de los límites, pero su boca era ocuapaba ya media cara, ya era tarde. Se puso los guantes, se subió en los tacones intentando no perder el equilibrio y fue, como pudo, metida en unos zapatos donde podría meter 3 pies como los suyos, hasta el espejo de pie que presidia la habitación. Estaba tan alto. Tenía incluso un poco de vértigo.

Entonces oyó un coche. Su madre habia vuelto, seguro que habia olvidado algo. Cuando, con las prisas, intento volver a poner todo en su sitio, tropezó y el lio entre tacones y alfombra hizo que cayera y la puerta del armario le hiciera una brecha en la frente. Lloró y lloró, hasta que subió su madre y vio que la sangre se mezclaba con el pintalabios. La cogió en brazos y la llevó corriendo al hospital.

Hoy tiene una pequeña marca en la frente que suele taparse con el flequillo y se cuida mucho de cuando y donde usar ese tipo de zapatos que son, sin duda, los que mejor le sientan, pero aún tiene un poco de miedo a poder caerse desde lo que pensaba que era tan alto. Sabe que sus pies ahora los llenan pero que las alfombras siguen colocadas en las casas y son traicioneras, a veces.

Por eso no acaba de confiar. Pero se siente bien con ellos y cada vez que los usa no puede evitar recordar esa imagen que veía en el espejo con apenas 6 o 7 años.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Quien no ha asaltado alguna vez el armario de sus padres...
Unb eso

Adúlter dijo...

¿Verdad que están bien esas huellas que quedan a la vez por dentro y por fuera? Sobre todo en una historia tan linda.

Isthar dijo...

De niños fuimos muchos quienes jugamos a disfrazarnos con las ropa de nuestros padres.

Seguro que pese al temblor que aún siente ante la posibilidad de volver a caerse desde los tacones, cada vez que los coge y se arriesga, pisa el mundo con fuerza ;)

Un besazo

Anónimo dijo...

Es curioso, yo tropiezo mucho más cuando llevo zapato bajo o plano.
Alomejor es porque me confío más.

Churra dijo...

Preciosa historia Blanche , cuanto me gustaba a mi ponerme esos tacones que sonaban tan bien sobre el piso....
Besos

El detective amaestrado dijo...

Es una historia preciosa para una mujer que lleva tacones. Me pareció muy dulce, aunque dejara tanta huella

Alvaro Bode dijo...

Recuerdos, recuerdos de juegos y disfrazes, recuerdos de ropas escondidas en el armario...

Me gustó mucho :D
Un besin!

Zebedeo dijo...

Uyyyy, que tarde llego. ¿Sirve como excusa que me estoy preparando
unas vacaciones y no tuve tiempo de escribir hasta hoy? ;)

Me gustó mucho la historia y me encanta que vuelvas a escribir estas historias tan fantásticas (que no fantasiosas). A medida que iba leyendo me iba a imaginando a mi sobrina de 4 años haciendo todo eso, porque siendo tan traviesa seguro que podría pasarle lo mismo que a la protagonista del relato.

espiralproscrita dijo...

sin duda, esa inocencia canalla escurridiza, es la mejor marca, y la más cara. Con el paso de los años, muy pocos consiguen recuperarla. Y es que, el dinero de poco sirve cuando intentas usar de nuevo un 31 y medir apenas madio metro, y calzarte un 40, y mancharte los labios de pecado inofensivo.
Maravilloso.
Un abrazo.