Tamara de Lempicka

domingo, diciembre 09, 2007

sweet kuss d´amour


Cuando se sentó delante del espejo vió de nuevo a la misma niña que hace unos años le robaba a su madre el pintalabios del tocador.

Mientras se quita los restos de maquillaje, pensaba en donde se encontraba y recordaba lo que le pasó un año atras, un mes atras, un día atras, una noche atras cuando, aun en sueños, se encontraba entre los brazos de quien, en tan solo unos días, había pasado a ser un confidente. Solo fue un sueño. Recordaba también su sensación al abrir los ojos. Nada de eso había pasado, los brazos no eran de esa cara con la que soñaba. Eran de alguien que, por primera vez en mucho tiempo, no le pedía lo que normalmente querían los brazos que en los que se refugiaba. La costumbre en su vida era esconderse en el pecho de quien estuviera a su lado, sin preocuparse en exceso de lo que podía pasar a la mañana siguiente.
Esa noche la casualidad hizo que los planes pre establecidos no funcionaran y acabo, o empezó, la noche en un sofa, acurrucada recibiendo una llamada inesperada y compartiendo, poco despues, una botella de moet chandon escuchando Edith Piaff. La conversación empezó con los corazones en esquinas contrarias y poco a poco, se fueron acercando. El final, bañado en alcohol y palabras, no fueon mas que dos amagos de caricia debajo de una manta. Igual ella por eso lo había creído especial. La ilusión por el amor había desaparecido de su vida. Creía en el compañerismo a largo plazo, nada más y de pronto, los dos besos de la despedida fueon dos dagas en su estómago.

Y mientras seguía mirandose al espejo, vio que las dagas habían dejado marca. Entonces recordó todas aquellas veces en las que fue incapaz de olvidar el dolor, ese dolor contra el que ahora tenía una barrera que no se quería quitar. Tenía miedo a que el dolor nunca acabara y prefirió volver. Volvió a maquillarse, a ponerse la máscara noctura y salió a buscar algo para olvidar las caricias, la conversación, la mirada, las preguntas acerca del amor que se lanzaron sin reparos.

En este caso fue una botella de whisky, ahora no se merecía beber Chandon.

5 comentarios:

Capitán Alatriste dijo...

Maravillos relato. Gracias por compartirlo.

Alberto dijo...

Precioso relato.

;-)

Churra dijo...

El miedo es lo que tiene, que hace que muchas veces solo nos lancemos a la arena en sueños.
Me ha encantado. Besos

Anónimo dijo...

Aunque meláncolico y amargo, es un retrato con cierta 'belleza' en muchos matices...
Espero que esa descorazonada princesa vuelva a sonreir...
Un abrazo, Blanch!

Anónimo dijo...

Un apunte de casualidad:

Revisa mi enlance:

es cronicazazel.blogspot.com

y NO cronicadeazazel.blogspot.com (donde aparece una exhibicionista calentorra...)