Tamara de Lempicka

miércoles, marzo 23, 2005

Un tiovivo

La afición española del vermut y el aperitivo de los domingos, nunca me gustó hasta que mis padres decidieron comenzar a quedar con los amigos de mi padre del colegio. LA zona elegida: Junto a la "Iglesia de los mexicanos", como decía mi abuela, una que hay al lado de parque de Berlin y donde los bares y pintxos abundan y por donde pasa todas las mañanas mi autobus para ir a la oficina. Pero lo que me gustaba de ir allí, era que mis primas vivían muy cerca y tardaban sólo 5 minutos en llegar al tiovivo que habia entre la Iglesia y el parque y mi cara se iluminaba al subirme en cualquiera de las figuras que habia en esa cinta transportadora donde los caballos, coche, motos y alfombras voladoras corrían sin competir(aunque mis primas y yo nos empeñasemos en gritar al caballo ¡corre , hia, hia!)
A las dos vueltas me bajaban porque nos íbamos a casa y porque María , seguro, se había mareado.
Del Tiovivo vino la noria, las volteretas en clase de gimnasia, las atracciones del parque, los viajes en coche, los barcos... los niños nunca lo recuerdan pero odian marearse. Ahora, lo hago por voluntad propia y me sigo mareando... y sí se que no me gusta.

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